El hermano Alfonso tenía la amabilidad, la alegría y la sencillez propias de la auténtica virtud. Era un hombre de Dios: hablaba con Dios, irradiaba a Dios. Por eso, era un hombre para los demás. Sus hermanos de Congregación lo valoraban y lo querían; lo mismo que las demás personas que lo conocieron. Falleció en 1965. Está en vías de canonización. 208 páginas
Largo: 20.5 cm
Ancho: 13 cm